5 de junio de 2014

Quijote infernal



Una temporada en el infierno


 "No tenemos y me temo que nunca tengamos, la obra de nuestra decadencia, un Don Quijote infernal." (Cioran)



Le pedimos a Gromov prestado del Bestiario al Quijote para que venga al inframundo. Pero, ¿no será esto algo traído por los pelos? Al fin y al cabo, Cervantes ha sido considerado tradicionalmente un puntal del catolicismo a machamartillo y fue enterrado con el hábito de la orden terciaria de San Francisco, a la que pertenecía. Y otro Francisco, Rico, en una de sus habituales boutades, ha dicho de él que fue un “meapilas”. Algo no nos cuadra.

Y es que todo lo anterior puede ser cierto, pero como el Yorick de Shakespeare, Cervantes tenía “una gracia infinita”. Aquí vamos a traer algunos ejemplos de su picardía. Como cuando habla de 

doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle: que si no si no era que algún follón o algún villano de hacha y capellina o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido.

¿Cómo “la madre que la había parido”, o como “la había parido su madre”? Aquí el orden de los factores sí altera lo genuino del producto.

Otra chocarrería, que repite varias veces es la siguiente:

Un romance hay que dice que metieron al rey Rodrigo, vivo vivo, en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja:

         Ya me comen, ya me comen
          por do más pecado había.
Versos éstos que no aparecen en ninguna versión antigua o tradicional de las recogidas. El que conozca la historia del último rey godo con la Cava, ya se puede imaginar de dónde le amarraron las alimañas al interfecto para alimentarse (similia similibus quaerentur).

Por otro lado, en el episodio de la venta, el enamorado Don Quijote primero entabla conversación con unas rameras y luego aterriza de su platonismo y tiene un conato de requiebro con la hija del ventero, aunque la palma de la rijosidad se la lleva la moza Maritornes (¿Adónde estas puta?). Éste es uno de los pasajes más ampliamente expurgados en las ediciones jesuíticas y salesianas que circulan por ahí. Otro tal, el que pone al Obispo Guevara como historiador de Lamia, Laida y Flora, las santas tutelares de esas mismas meretrices.

En realidad, se nos está ocurriendo que podríamos hacer esta entrada infernal con las dos ediciones del Quijote del padre Mendizábal, la azul y la áurea, y consignar las partes raheces que faltan en la primera, que en la segunda vienen con otro tipo de letra (para mentes más formadas). Pero lamentablemente no las tenemos a mano y además creo que ya alguien ha hecho esta tarea.

En fin, hasta ahora sólo tenemos sal gorda. Pero existe (al menos) un episodio de un refinado erotismo en el Quijote y es aquél de la visión de los pies desnudos de la hermosa Dorotea y la posterior manifestación de su feminidad al mostrar también su cabellera. Una profesora americana ha hecho un interesante y detallado estudio de este pasaje en claves de voyeurismo y fetichismo casi psicoanalíticas. Lo hemos leído con atención, pero evitamos repetirlo aquí. La tesis del trabajo (y lo dice una mujer) es que, con todos estos detalles, Cervantes nos da a entender antes incluso del desarrollo de la acción, que la simpar Dorotea era una buena pieza.

[by Charlus & Jupien, dedicado a Gromov]

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