28 de junio de 2014

Las malas compañías




El Rastro, verano de 2014




Dicen que las preguntas más que las respuestas son las que mejor definen a las personas. ¿Para qué quieres las bombillas? ¿Son de filamento? ¿Cuántos watios se necesitan para una lamparilla de lectura nocturna? Con esta batería de preguntas asedió Gromov a Tinofc. El polaco, como si la cosa no fuera con él, tarareaba medio afónico: "Canta charango, que te ayude la quena al cantar, que se callen los enamorados y el río se lleve la pena al mar". Hace unas horas que había estado con la mercera, repasando el repertorio de Mocedades en las fiestas de Villaquilambre.

En la escombrera, el trapero se arrastraba de una caja a otra. En su mano tenía una monográfico sobre los Diarios íntimos (Revista de Occidente). Aparecieron el técnico de iluminación y Nasredin discutiendo sobre la cantidad de estantes de la tienda ultramarina. "No hay tiempo para leer tanto como publicáis en el blog", se quejaba el ocioso Tinofc Ocramalliv. "Pero quién dice que hay que leerlo todo, yo sólo veo los santos", aclaró el cínico Larsen. 
En la esquina del casino un libro sobre las Leyendas gallegas dio el disparo de salida entre el ruso y el trapero. El polaco con su sabiduría perdiguera sentenció: "Esas ansias de atletas os ha doblado el precio". Por una vez se equivocó.
Sobre una mesa de camping dominguero tiró un gitano los saldos de la editorial Destino y tasó en dos euros el libro. Gromov -con su querencia por la pampa y los gauchos- se interesó por Martín Fierro, pero prefirió dejarlo para más tarde. "Ya volveremos cuando todo esté más barato". El chamarilero le respondió soprendido: "Más todavía".

En el delta, el amigo de Bonilla miraba una y otra vez el móvil esperando noticias del vorticista. "No ha dado señales de vida desde que salió del anticuario, y estoy preocupado". "Se habrá ido a la academia Zaratrusta", soltó el polaco con la solvencia que da el tener los libros más raros del escritor borgiano.  
Con un ejemplar de la Gramática de Podadera, el ruso se puso a leer a viva voz un dictado sobre la batalla nabal (con b, de nabos) de Cáceres, como no tenía suficiente con ese espejo de Narciso, empezó a meterse con el autor de estas crónicas, con sus faltas de ortografía y de sintaxis. Le sugirió que comprase la Podadera por el ridículo precio de un euro y repasase los soprendentes dictados.

 Del arroyo llegaba el Bombita con su capote: dos tomos de las Cruzadas. Se encontró con un exabrupto de Tinofc que llevaba en brazos el tomo primero. El maletilla se reía quitándole hierro a la división del reino templario. Nos enseñó las fotos de la estantería de nogal que había comprado en Cadórniga, gastándose media extraordinaria.
El ruso como agente doble de la K. G. B. nos dio unas informaciones (cal y arena) muy valiosas. Al decano del Rastro, que se había comprado el DRAE, le soltó la perla de que en octubre salía el nuevo diccionario, más barato. Al calambrinas le habló de un expurgo de la biblioteca de Pola (tres libros por un euro). Al resto de Ultramarinos nos informó de la tarifa plana de los crisolines y de una bolsa de poleskines que habían tirado en el tendido.
Aunque tarde, Gromov ha entendido que para recoger algún galardón en este sumidero de ultramar hay que sembrar la semilla de la flor del romancero (mejor en mayo, cuando hace la calor ).

En el Desengaño acabó nuestra mañana. Demóstenes nos contaba lo inspirado que había estado esta semana entre dos parras, donde había compuesto tres nuevos poemas. Intentó recitar uno de ellos pero estaba espeso y sólo se acordaba del último verso, que es donde se lidia la gloria: “Y sereno, custodia atardeceres”. Nos aclaró que el poema hablaba de cielos y submarinos.
Con estos poemas que navegan entre las aguas de la vanguardia rusa y la claridad zamorana cruzamos el puente y emprendimos el vuelo de la celebración.



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